José Quintero Weir
I. De las máximas escritas por el base de apoyo Elías Contreras y de las consecuencias del Encuentro por la Demarcación de las tierras Yukpa y Barí en la Sierra de Perijá.
Cuenta el Sup. Marcos que, en un viejo cuaderno
dejó escrito el base de apoyo Elías Contreras, antes de morir,
las máximas de vida y muerte de un zapatista de a de veras.
Ellas, según el Elías, son las siguientes:
Primero: El guerrero debe ponerse siempre al servicio de una causa noble.
Segundo: El guerrero debe estar siempre dispuesto a aprender, y hacerlo.
Tercero: El guerrero debe respetar a sus ancestros y cuidar su memoria.
Cuarto: El guerrero debe existir para el bien de la humanidad, para eso vive, para eso muere.
Quinto: El guerrero debe cultivar las ciencias y las artes y, con ellas, ser el guardián de su pueblo.
Sexto: El guerrero debe dedicarse por igual a las cosas grandes y a las pequeñas.
Séptimo: El guerrero debe ver hacia delante, imaginar el todo ya completo y terminado[1].
Hemos querido recordar estas máximas del Elías que nos cuenta el Sup. Marcos porque, desde que las aprendimos, hemos intentado, no sin muchos tropiezos, orientar este tiempito de vida que, sabemos, nos queda por vivir. En este sentido, tratamos en todo momento de que nuestros actos estén guiados por ellas evitando en lo posible los equívocos, de tal forma que nuestras acciones sean del todo responsables, es decir, sin manipular a nadie, pero asimismo, sin prestarnos a manipulaciones de nadie.
Ahora bien, el caso es que para el día 10 de marzo del presente año 2009 convocamos al Encuentro por la Demarcación de Tierras Yukpa y Barí de la Sierra de Perijá en el Museo de Arte Contemporáneo de Maracaibo. El evento resultaba de dos actividades previas, a saber: el Foro por la demarcación de tierras indígenas realizado en la Facultad de Humanidades de LUZ y, de la reunión que sostuvimos con el Presidente y el Consultor Jurídico de la Asociación de Ganaderos de Machiques: GADEMA.
Al encuentro asistieron todos los “caciques”[2] de las comunidades yukpa y una importante representación de las comunidades barí encabezados por la presidenta de Asobariven (Asociación Barí de Venezuela), Aminta Ashirododa, como vocera de sus comunidades. Igualmente, se hizo presente una gruesa representación de hacendados pertenecientes a la Asociación de Ganaderos de Machiques (GADEMA) cuyo vocero fue su presidente Armando Chacín.
Para todo el mundo se trataba de un encuentro difícil de comprender, pues, tanto para los amigos de los indígenas, ecologistas y la totalidad del llamado mundo de la izquierda, así como para los sectores más recalcitrantes de la derecha: la directiva de Fegalago y sectores del llamado “escualidismo”, se trataba de un encuentro “contra natura”. ¿De qué se trataba entonces? ¿Cómo era posible un encuentro de indios en lucha por la recuperación de sus tierras con los representantes de toda una historia de invasión y despojo? Y, viceversa, ¿cómo era posible que ganaderos “invadidos” por “indios salvajes” pudieran sentarse con ellos a buscar una solución al conflicto? Más de un viejo compañero me hizo llegar su descontento y desconfianza, especialmente, porque personalmente asumimos públicamente (aunque nunca se trató de una acción individual sino de todo un equipo), la convocatoria del referido evento.
No habíamos querido pronunciarnos en torno al mismo. Respetamos hasta ahora, desde el “mandar obedeciendo”, el papel que nos fue asignado en este proceso: convocador, mediador y moderador del debate. Sin embargo, las consecuencias que este evento ha generado nos obligan a asumir públicamente una clara posición en torno a la lucha indígena por sus territorios, muy a pesar de que las propias comunidades indígenas en este momento y sus principales aliados, estén sufriendo todo el peso y rigor de la hegemonía gubernamental que, ha obligado a muchos de ellos a ceder en sus posiciones. Lo hacemos, porque tenemos claro que el deber de todo zapatista no es el de pretender ser vanguardia ni retaguardia de nadie, sino el de hablar siempre con su corazón, para que toda decisión se tome a conciencia de sus consecuencias y de la responsabilidad de todos y cada uno de esas consecuencias. Por eso, hoy, es nuestro corazón el que habla a todos los hermanos indígenas, equivocados o no, a los hermanos no indígenas involucrados en esta lucha que han hecho suya. El ánimo que nos impulsa no es el de provocar absurdas polémicas intelectuales, por ello, intentaremos ser lo más pedagógicos que nos sea posible para que nuestra palabra sea capaz de mostrar más que decir, provocar el pensar más que imponer un pensar.
Entonces, hablemos.
II.- De cómo se hizo presente en el mundo la palabra del Tercer Excluido y cómo es que habla y lucha desde y por otra civilización.
No hay duda que la confusión es el signo que actualmente nos somete, pues, igual es un hecho histórico la crisis del modelo civilizatorio capitalista y de todo su andamiaje institucional, sus entes económico-financieros, políticos y culturales tales como: el FMI y el Banco Mundial, la ONU, OEA, OTAN y, por supuesto, los llamados Estados nacionales dependientes que, igualmente, han entrado en profunda convulsión dada la crisis del sistema civilizatorio del que surgieron y al que siempre han contribuido a sustentar. Ahora bien, esta crisis no es ni casual ni circunstancial. Podríamos decir que ella comenzó a gestarse a partir del fin del llamado Estado de Bienestar, establecido por los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, y la imposición del liberalismo ortodoxo mejor conocido como neoliberalismo que, desde 1973, tomó el control de la economía del mundo y que, justamente se impone en América Latina con el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, impuesto a sangre y muerte por la dictadura de Augusto Pinochet.
La ofensiva neoliberal suponía el debilitamiento político de los Estados nacionales a través de políticas de descentralización, así como por su reformulación en tanto entes de control político, pero también y sobre todo, por el necesario reordenamiento territorial de los espacios geo-económicos en función de la necesidad de la libre circulación de capitales e inversiones, interesados fundamentalmente, en intervenir en áreas ricas en agua, biodiversidad y fuentes de energía. Así, es como consecuencia de la imposición del neoliberalismo globalizado que un sistemático proceso de reformas estatales y constitucionales se desarrolla en todo el continente comenzando por el Chile de Pinochet en 1973 hasta la Venezuela de Chávez en 1999. En este sentido, es necesario tener claro entonces que la totalidad de las convocatorias a constituyentes en el continente, desde la colombiana en 1991 hasta la constituyente y su consecuente constitución de Chávez (y aún la reciente de Evo Morales en Bolivia) han respondido en lo fundamental, a los requerimientos político-económicos y de reordenamiento territorial del capitalismo mundial.
Sin embargo, justo es decir que en el contexto del avance neoliberal y ante la amenaza de sus últimos espacios territoriales y formas de vida, pueblos indígenas, campesinos y culturas locales reaccionan violentamente, al punto de acelerar la caída de la institucionalidad generada durante las últimas cinco décadas, precisamente, como parte del proceso de instauración del ya mencionado Estado de Bienestar. Así, los hasta entonces considerados como extintos, por ser largamente excluidos, reaparecen en la escena política imponiendo una perspectiva que, tanto para los teóricos de la derecha pero también de la izquierda, está fuera de cuadro. El Caracazo (Venezuela 1989), el levantamiento zapatista (México 1994), el bloqueo de carreteras de la CONAIE (Ecuador), la guerra del agua (Bolivia), entre otras, constituyen la puesta sobre la mesa de discusión de la otra perspectiva política y societaria no considerada tanto por los laboratorios sociales de los entes financieros mundiales como por el pensamiento crítico tradicional latinoamericano. Tal perspectiva no sólo pone el acento en la consideración de estos pueblos, sectores sociales y culturas locales como sujetos políticos activos, sino que éstos apuntan hacia más allá del tradicional debate “capitalismo-socialismo”, más allá de transiciones estructurales en cualquiera de los dos sistemas económico-políticos antes mencionados, pues, en verdad, su mira está puesta hacia formas civilizatorias y societarias fuera de ambos sistemas tradicionales.
Por su parte, y como respuesta a la caracterización del momento histórico anteriormente señalado, buena parte del pensamiento crítico y la llamada izquierda latinoamericana produce como respuesta (en concordancia lógica a la ecuación tesis/antítesis), la necesidad de fortalecer las estructuras del Estado nacional, para lo cual, éstos deben acordar con los grandes capitales, mecanismos de participación en los procesos de intervención económica (las llamadas empresas mixtas), al tiempo que deben centralizar y asumir totalmente el control de la vida política, social y cultural de cada uno de los países; es decir, toda iniciativa social en cualquier orden pasa por la sujeción de la misma a la aprobación de los Estados-gobiernos que, por esta vía, re-potencian su condición de estructuras superculturales de dominación de toda la sociedad.
Sin embargo, en este mismo contexto, irrumpen en tenaz lucha los pueblos originarios que, amenazados por la posibilidad de su desaparición absoluta debido a la pérdida definitiva de sus espacios territoriales apetecidos por los dos factores de la relación anteriormente descrita (transnacionales energéticas, biotecnológicas y mineras y los Estados-gobiernos nacionales), se resisten y defienden sus espacios. Así, es contra estos factores de poder y contra su esencia hegemónica que desde 1994 (con el levantamiento zapatista, la guerra del agua en Cochabamba-Bolivia entre otros estallidos sociales), están irrumpiendo los pueblos indígenas en todo el continente cargados con la fuerza que les provee, no sólo la emergencia de su amenazada supervivencia sino, fundamentalmente, desde y por sus cosmovisiones, sus filosofías, radicalmente opuestas al Occidente capitalista o socialista, pues, en ellas sustentan sus organizaciones y formas de lucha al tiempo que interpelan al continente y el mundo en torno a la construcción de proyectos societarios en los que el futuro de nuestras sociedades y naciones tendrán que contar con la esencia de su palabra.
Por otro lado, acompañando la lucha de los pueblos originarios nos encontramos con el resurgimiento de un movimiento campesino continental que un sostenido y sistemático proceso de urbanización, especialmente en la etapa neoliberal globalizadora, parecía haber liquidado. Así, la insurgencia a contracorriente del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o La Vía Campesina, por sólo mencionar los más destacados, terminan demostrando junto a los pueblos indígenas, que la lucha por la tierra no es posible desconectarla de la urgencia en construir una verdadera soberanía basada en la producción comunitaria, autónoma y hacia adentro de nuestros alimentos, ello necesariamente implica un radical cambio en la definición ético-política de nuestras relaciones con la tierra. En este sentido, la conciencia que sobre ello este nuevo movimiento campesino ha venido demostrando lo conduce a una indianización de su pensamiento, pero también, sus acciones contribuyen a la necesaria ruralización del pensamiento y acción política de otros movimientos sociales, obreros y culturales en general, pues, en definitiva, se trata de una crisis y una confrontación civilizatoria en la que los enemigos de la humanidad terminan conformando los dos lados de una misma moneda pues, de un lado se encuentran las transnacionales de la globalización y, del otro, los Estados-gobiernos que en la imposición de su hegemonía, terminan ejecutando las políticas que los primeros diseñan y en ello no incide para nada el supuesto signo ideológico (progresista, nacionalista, socialista, etc.) que proclaman ostentar, y cuyo discurso termina siendo maniquea elaboración con la que provocan la confusión, la división y el sometimiento del movimiento social.
Como vemos, el surgimiento y profundización de las políticas neoliberales hoy en crisis, han tenido en los últimos años dos tipos de respuesta. La primera ha sido confeccionada desde las instancias de poder de los propios Estados nacionales en medio de la crisis de gobernabilidad. La misma ha sido orientada por la lampedusiana idea de “cambiar todo para que nada cambie” pues, en todo caso, lo que pretenden estos factores de poder (los viejos y los nuevos) es que los grandes centros de poder acepten la necesaria e inevitable sustitución de aquellas antiguas fuerzas tradicionales de poder condenadas a desaparecer desde el mismo momento en que el modelo del llamado Estado de Bienestar y su proyecto de desarrollo escalonado (basado en el falso paso del subdesarrollo al desarrollo o, del Tercer al Primer Mundo), fue definitivamente sustituido por las políticas neoliberales y globalizadoras expresadas en la liberación total de las fuerzas del mercado como única vía para alcanzar un “crecimiento económico sostenido” y, de esta manera, producir “riqueza que distribuir” y así “acabar con la pobreza”. Como vemos, tal respuesta, no pretende desplazar el punto de perspectiva en el análisis de nuestras realidades y, mucho menos, transformarlas. Por el contrario, pretende encontrar métodos de acople (“progresismo” de Lula en Brasil; “izquierda democrática” en Chile, Paraguay y Uruguay; “socialismo del siglo XXI” en Venezuela, Bolivia y Nicaragua) con la proposición neoliberal a la que termina considerando como natural en virtud de su condición universal, global.
La otra respuesta es la que, tanto las transnacionales y corporaciones globalizadoras como los propios Estados-gobiernos sistemáticamente buscan invisibilizar, reducir y someter, pues, se trata de aquella que desde una precariedad poblacional y económica (la voz de las minorías, de los diferentes, de los otros), se rebela con la fuerza ética y política que adquiere en el hecho y momento en que su propuesta se basa en el traslado de la perspectiva de ver la crisis y la solución a la misma, en el hecho de que unen la lucha por su sobrevivencia como culturas muy otras al destino y futuro de la humanidad toda, por tanto, su lucha no está en función de la sustitución de elementos en el marco del poder constituido llámense presidentes progresistas, de izquierda o socialistas, sino que saben se trata de una confrontación por unas muy otras sociedades nacionales, en fin, por otra civilización en la que aún aquellos que históricamente les han asesinado, asaltado, usurpado, menospreciado, vilipendiado, negado y excluido, tengan la posibilidad de humanizarse, es decir, de hacerse igualmente otros.
Podemos concluir entonces que, ante la crisis civilizatoria del capitalismo y de la cultura occidental hegemónica, hay quienes tratan consciente o inconscientemente de sostener desde su pensamiento colonial o su colonialidad, la aristotélica y hegeliana relación tesis/antítesis como perspectiva de análisis de nuestras realidades y circunstancias históricas, como única verdad y camino lo que, en todo caso, por la confusión que provoca e incentiva, contribuye a mantener las relaciones de dominación y colonialidad aún y sobre todo, en aquellos casos en que las mismas se presentan como “verdaderos” movimientos “revolucionarios y liberadores”.
En síntesis, ante la actual crisis del capitalismo y la confrontación civilizatoria los factores de poder buscan en todo momento presentar como natural (por universal) la maniquea lucha entre: “izquierda y derecha”; entre “revolucionarios y reaccionarios”; entre “imperialismo y Estados-gobiernos nacionales”. Por esta vía, ante la proposición de los llamados gobiernos progresistas como: “Ante la crisis el camino es el socialismo”, los centros mundiales de poder y las fuerzas tradicionales de poder de los Estados-gobiernos responden con su correspondiente antítesis: “Ante la crisis el camino no es el socialismo”, y ambos factores buscan encajonar la imaginación e iniciativa del movimiento social a la síntesis de esta supuesta y única confrontación dialéctica. Pero, para suerte de la humanidad, he allí que pueblos indígenas originarios, afrodescendientes, campesinos sin tierra, obreros tercerizados, ecologistas radicales, humillados y oprimidos todos, responden desde la voz y la palabra del tercer excluido: “Ante la crisis el camino es el de las comunidades”.
[1] Ellas también son las máximas del camino de las comunidades en su búsqueda del lekil kuxlejal (maya) o el Wakuaipa (wayuu), es decir, los principios de la vida buena como expresión concreta de lo que ha de ser la nueva civilización.
[2] Detestamos esta palabra impuesta por el colonizador, pues, cada pueblo indígena posee un nombre particular para designar a sus autoridades que siempre son colectivas y nunca individualizadas lo que está registrado precisamente, en el nombre otorgado. Así, por ejemplo, para los barí el llamado “cacique” es el ñatubay (el que tiene la energía para convocar a construir la casa colectiva), para el yukpa es yuatpu o yubatpöpi (el que es padre responsable, elevado en honor), pero ninguna tiene las implicaciones de “jefe” que el blanco le otorga a su palabra “cacique”, sino que para los pueblos se trata de un facilitador de soluciones colectivas a problemas colectivos.